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Emociones en el Deporte

Actualizado: 6 may 2020

Tú tienes emociones...o las emociones te tienen a ti..?


Realizar una práctica deportiva, al igual que cualquier actividad de la vida diaria, nos demanda movimiento de cuerpo, cerebro y mente; y para que esto ocurra son necesarias activaciones químicas que lo generan: las emociones. Solamente por este “detalle”, debemos ser unos expertos en el tema.


Si nuestro estado interno no es el mejor, porque no nos sentimos preparados o estamos pasando una situación que percibimos como problemática, los pensamientos negativos se potenciarán cuando comencemos a acelerar las pulsaciones, llevando todo a un extremo de negatividad absoluta para nosotros mismos y el desarrollo de la competencia. Los fallos arbitrales nos serán desfavorables (eso vamos a creer), y toda la atención se volcará a estos detalles, la ansiedad se convertirá en nerviosismo y el nerviosismo en enojo y el enojo en furia y así hasta perder totalmente el rumbo del juego.


Es que la amígdala cerebral, encargada de las respuestas emocionales, comenzará a interpretar estas situaciones como “peligro de supervivencia” debido al alto grado de estrés; en ese caso dará la orden de activar el sistema simpático que nos hará “reaccionar” (en lugar de responder) con actitudes de rigidez, huida o lucha. No tendremos la capacidad de “razonar” las acciones, porque el cerebro considera que estamos en peligro, por lo tanto no enviará la energía suficiente hacia la zona pre-frontal del cerebro (encargada de pensar), ya que evolutivamente no se consideraba necesario ponerse a pensar frente a un tigre dientes de sable…y menos mal que es así. Veremos al árbitro, los contrarios, el entrenador, el púlico, etc. como un tigre a punto de atacarnos y responderemos a ese ataque; consecuencia: desconcentración, un ejercicio que no sale, una tarjeta roja por agresión, imposibilidad de realizar un movimiento específico por los nervios, etc. etc. etc...


Aquí la gran pregunta es: ¿podemos controlar nuestras emociones? Y la respuesta afortunadamente es ; no podemos eliminarlas ni ignorarlas, porque su aparición es inconsciente, pero sí podemos reconocerlas y trabajarlas para que su impacto sea el que realmente nos beneficie. Muchas veces la duda de poder estar a la altura de la competencia nos genera temor, y nuestro cerebro comenzará a buscar todas las alternativas que certifiquen que ese temor tiene fundamento y luego se traducirá en dolores, malas decisiones e incluso la abstención de intentar jugadas o acelerar el rimo de carrera, etc. (rigidez).


En segunda instancia determinaremos en qué grado puedo modificar esa situación y así darle la importancia que merece el caso; si una determinación arbitral no me parece correcta, no tengo forma de modificar la situación, pero si me pongo nervioso y comienzo a discutir, mi cerebro interpretará que estoy en peligro de supervivencia nuevamente y actuará. Aquí el error es llegar a esa situación, es algo que no podíamos modificar, por lo tanto nuestra energía debería haber ido a trabajar mentalmente el pensamiento en lugar de atacarlo y así no nos salimos de la competencia, dando ventajas al oponente. Lo que hacemos es determinar si somos dominantes de la situación o si permitimos que la situación nos domine a nosotros.


Debo aclarar que nuestras convicciones, es decir el bagaje cultural y de experiencias propias, hace que cada cerebro actúe de una manera diferente, por ello existen los nerviosos, los que explotan por cualquier cosa, los que siempre son expulsados, así como los que son agredidos y jamás reaccionan, los que saben que una jugada terminó y no tiene nada que ver con la próxima, etc.  Lo bueno es que todo se puede revertir, con técnicas, convencimiento y persistencia, pero se puede.


Estamos en condiciones de afirmar entonces que el entrenamiento mental es tan importante como el físico y el técnico-táctico, puesto que uno depende del otro; una gran preparación física puede verse totalmente bloqueada por una mala interpretación mental, otras veces con buenas decisiones mentales superamos falencias físicas; lo que llamamos ser "inteligentes para jugar".


En resumen, diremos que nuestra mente gobierna nuestros actos, que nuestros actos son la respuestas a nuestras emociones y que nuestras convicciones hacen que las emociones sean positivas o negativas, justificadas o magnificadas. Debemos trabajar sobre nuestras creencias para lograr el equilibrio justo entre la tensión y relajación que necesita el deportista, disfrutando el juego, no el resultado, el resto queda para el entrenador.


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